Era un extenso yomomo en el departamento de Pando, lugar húmedo y fangoso donde el transeúnte puede hundirse si camina desprevenido. Los vecinos habían cavado allí un pauro, nombre que se da al pozo de agua o vertiente, en donde se aprovisionaban del líquido para el consumo diario. Una tarde, una mujer acompañada de su hijo fue al pauro a recoger agua. Llenó su cántaro y luego lo coloco sobre su cabeza y cuando se disponía a regresar su camino, su hijo ya no iba a su lado, había desaparecido misteriosamente.
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Fotografías por Alejandro Burr |
Lo busco por todos lados creyéndose víctima de una jugarreta del pequeño y al no encontrarlo, desesperada comenzó a gritarle por su nombre:
¡Isirereee! ¡Isirereee! en principio no tuvo respuesta pero luego escucho que el niño contestaba aterrado, desde el fondo del yomomo.
¡Mamá! ¡Mamá! Y mientras la madre más desesperada gritaba, la voz más se alejaba como si la persona fuera sumergiéndose más, hasta que llegó el momento en que se perdió la voz y cundió solo el silencio. Un terrible silencio…
De ese modo se formó la laguna, que es “un encanto”. Tiene por Jichi al niño que se llamaba Isirere.